Día 1. Casi lloro cuando llego el curso y tuve que estar ahí, sola durante unos largos minutos. Casi lloro cuando izan la bandera. Casi lloro. Pero me contuve. Será porque todos estaban de fiesta con su cotillón y sus fotos, que no me dieron tiempo de reflexionar tanto como para llorar.
El segundo día fue la cruda realidad. Me sentí muy sola. Se fueron sin mí, egresaron y me dejaron acá, sola. No da. En clases no hay problema. En el recreo no sé qué hacer. No estoy acostumbrada a hablar con nadie más que ELLOS, que ya no están.
Me alegró la vida estudiantil que mi amigo L me dijera que él iba a ser mi estabilidad emocional. Claro, él me dice eso porque ahora no necesito estabilidad emocional, después se va a arrepentir, pero la intención es lo que cuenta.
Es raro. Los extraño muchísimo. Pero hay pocos que me extrañan a mí. Y pienso que, quizás, esto ocurre para que todos nos vayamos acostumbrando a que voy a estar en otra provincia y no los voy a ver. Por eso no me importa. Me siento sola, pero no importa, de todas maneras yo soy la que les va a decir adiós a todos el año que viene.
L viene siendo la estabilidad emocional de muchos últimamente, y pobre, ninguno de nosotros somos su estabilidad emocional. Es complicado, nos riamos para no llorar. Celebremos este último año, y lo lloremos al final, aunque se nos escapen un par de lágrimas en el medio. Llevo años de ver como egresan "mis egresados", y uno nunca se acostumbra. Ahora nos toca a nosotros, veremos qué tal nos sale.
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